G nos observa desde la esquina de la barra de un bar. El concierto ha sido mágico y queremos refrescar las sensaciones con sorbitos de realidad de sidra. Se nos acerca sonriendo, moviéndose como una gata a través de la barra. Comienza a hablar y te mira a los ojos fíjamente. Pido otra. Es un cruce entre gitana, italiana y malagueña, y debe de tener el acento más bonito del mundo. G nos cuenta su historia. G es demasiado joven para tener esa historia. G tiene una niña pequeña que se llama Teresa. G lucha contra la vida como sólo lo hacen las santas. Pido otra. Probablemente sea eso, una suerte de deidad pulcra y deseosa de cariño. Así que tenemos a Santa G y a Santa T. Pido otra. Seguimos hablando. Dice que somos muy guapos, que quiere follar con los dos. Sé que lo haría, lo mismo que sé, que mataría por un poco de cariño verdadero. Nos miramos. Comprendemos que no somos esa clase de persona. Pedimos otra. Ponemos una excusa y nos despedimos entre abrazos y consejos. Nos movemos. Miro hacia atrás. Ella se dirige al servicio. Se balancea como una diosa. No le tiene miedo a la vida. Yo tengo miedo a olvidarme de ella. Puede, y sólo puede, que todo haya sido un sueño. Pero tengo un móvil en la agenda, y no es de ninguna santa, aunque eso, no sea, la verdad, ninguna novedad...
Salva Cerdá colabora por cortesía de Inefable Prods.